Relato Erótico: Sentidos
Pero el que me sorprendí fui
yo. Quería entenderla y accedí a la experiencia. Con una venda en los ojos, y
las manos atadas a la espalda, acerqué mi cara a su cara, y le besé en ambos
párpados. Sus pestañas acariciaban mis labios y un cosquilleo recorrió mi cara.
Su respiración empezó a acelerarse. Mordisqueé sus labios carnosos y ella me
correspondió con un beso que transformó en sonrisa sin separar nuestras bocas.
Notaba su aliento húmedo en
las mejillas, su sudor en mi pecho, su excitación en el bamboleo de sus
caderas. Ataqué su cuello a base de pequeños mordiscos primero, y a medida que
su respiración me hablaba, fui aumentando la intensidad hasta que escuché el gemido
que estaba esperando. Si me hubiese podido arañar la espalda, estoy seguro de
que lo habría hecho. Le besé en el extremo del hombro, ahí donde debería
empezar el brazo y fui bajando por el costado alternando besos con pequeños
mordiscos. Su respiración se iba acelerando. Noté un ligero cosquilleo en la
barbilla. Su vello púbico era suave y rizado.
A falta de visión, cualquier
caricia era un mensaje, una indicación, una señal. Abrió sus piernas y olí la
fragancia de su coño. Mi lengua lamió sus labios como si fuera el dulce más
exquisito. Estos se abrieron para mí, y un calor húmedo me dio la bienvenida.
Succionaba su clítoris y jugueteaba con él con mi lengua. Sus jadeos
entrecortados y cada vez más intensos me decían todo lo que quería saber. Su
excitación aumentaba. Su cadera se movía arriba y abajo, parecía un potro
desbocado, pero yo no estaba dispuesto a dejarla marchar.
Era mía, era mi presa, y
cada vez apretaba con más fuerza mi cara contra su sexo. Sus jadeos cada vez
más rítmicos y frenéticos se acompañaban del ruido de mi boca al succionar sus
fluidos, formando una melodía sinfónica de sexo. Rápido, cada vez más rápido, y
cada vez más húmedo y caluroso. Una última sacudida violenta hizo que a
continuación sus piernas se relajasen. Aparté brevemente mi cara y respiré el
aroma del placer. Una última lamida con la lengua, hizo que un escalofrío
recorriese su cuerpo, y un ligero tembleque sacudió sus extremidades
inferiores. No podía verlo, pero sabía que una sonrisa adornaba su bello
rostro.
Con un suave toque con la
rodilla, apartó mi cara. Se incorporó y noté como con la pierna presionaba mi
pecho, empujándome hacia atrás, haciendo que me tumbase de espaldas. No podía
ver nada debido a la venda que tapaba mis ojos, y tampoco podía tocarla, pero no
me importaba. La sentía con el resto de mi cuerpo. Cada poro de mi piel se
había convertido en un sensor de placer. Sentía como esta experiencia nos
acercaba más el uno al otro. Experimentaba el sabor de lo desconocido.
Tumbado boca arriba, la
sentía a mi lado, pero no sabía lo que hacía. La incertidumbre me excitaba cada
vez más. Pasaron unos segundos que me parecieron horas, y de repente noté un
beso húmedo en la punta de mi pene. Sentí como su lengua recorría mi miembro de
abajo a arriba. Me estremecí, y a ella eso le pareció una buena señal. Se
detuvo en mi capullo, y lo succionó suavemente, mientras con la lengua
jugueteaba con él. Cada vez estaba más excitado y empezamos a acompasar
nuestros movimientos, cada vez más rápidos y violentos. Yo subía y bajaba mis
caderas, metiendo y sacando mi pene, sintiendo sus labios, sus dientes, su
lengua, hasta que no pude más y un estallido de placer inundó su boca. Me dio
un último beso en la punta, como si fuera una firma, una rúbrica de lo que
acababa de hacer.
Me incorporé y nos tumbamos
el uno junto al otro. No podíamos abrazarnos, pero no nos importaba, la sentía
con cada centímetro de mi piel. Con el roce de los pies, de las caderas, de las
mejillas.
Nunca había sentido tanto.
Ahora sabía lo que era no poder ver, no poder tocar. Ahora la entendía. Ahora
sabía lo que era vivir ciega y sin brazos. Y no sentí lástima. Me sentí
agradecido.
Ver También: Tips, Consejos y Curiosidades - Sexo y Salud - Relatos Eroticos
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